martes, 6 de noviembre de 2012

Política reformadora...Mónica Arriola Senadora del Partido Nueva Alianza



“Aquellas personas que no están
dispuestas a pequeñas reformas,
no estarán nunca en las filas de los
que apuestan a trascendentales.”

Mahatma Gandhi

Debatir reformas no significa censurar posturas. Consensar es dialogar pensando en la función de las mayorías pero también con participación de las minorías. Reformar es arreglar, corregir, poner en orden.

La política también se reforma para abandonar costumbres o comportamientos negativos o perjudiciales. Es más difícil reformar las estructuras si el arquitecto no sabe proyectar ni institucionales sólidos y funcionales. Construir cimientos sobre bases de lodo hace que las discusiones se confundan, que la pierda valor por acusaciones que etiquetan juicios personales sin responder al interés colectivo.

Consensar no es claudicar. Consensar hace que conversar políticamente se convierta en una y no en una excepción. Consensar es identificar la en la pluralidad, es convencer y al mismo ceder cuando la razón no nos asiste.

Reformar es deliberar. No es envidiar, por el contrario es confiar que en la política no existen triunfos personales, y si existen logros institucionales, que no existen derrotas con olor a rencor personal, ni victorias de soberbia.

Para reformar hay que madurar políticamente. Madurar tiempos, procesos e ideas, crecer primero como estadistas antes de creer en sondeos de subsistencia electorera.

Necesitamos una política convincente, en donde la tolerancia no signifique indiferencia, que sea ejemplo de eficiencia y decencia. Una política de vocación y educación en donde la dignidad pese más que la vanidad. Una política sincera que empiece por reconocer que la inoperancia también agrede, que la política de la apariencia también incentiva la impunidad.

Al final reducimos las expectativas de crecimiento institucional a las políticas instintivas e intuitivas, reducimos las iniciativas a preferencia coyunturales, preferimos seguir siendo protagonistas del ilusionismo político, aquel que produce artificialmente efectos en apariencia maravillosos pero nulos en su eficiencia.

Así, distanciados de la lógica, nos adaptamos falsamente a espacios ambiguos y ruines, en donde la política ya no tiene fuerza ni confianza para ejercer su poder.

Ignoramos los parámetros que sirven para fijar límites, somos fieles a la política que quiere dominar en lugar de consensar, somos creyentes y practicantes de la política justificativa, en donde la culpa se reparte en debates cortos, endebles, inertes e incoherentes.

Hace falta realismo en una política que ha perdido la capacidad de análisis objetivo y, sobre todo, el valor de asumir a la democracia como un comportamiento sincero y no como una presunción efímera que provoca el desánimo ciudadano. Hace falta una política en donde el conflicto se haga debate, en donde predominen los planteamientos normativos que permitan mejores condiciones de vida desde el punto de vista de la igualdad.

Estamos perdiendo de vista la civilidad institucional y social, adolecemos de actitudes tolerantes, todo parece ofensivo y restrictivo, todo se pretende resolver en el campo de la percepción que no es otra cosa que el espacio de omisión en donde los delincuentes hacen de la indefensión ciudadana el método de sumisión.

Cualquier reforma empieza a tener éxito de acuerdo a la forma con que se dignifican y defienden sus méritos o sus fallas. Reformar es transformar, es incentivar las buenas costumbres para desestimar las falsas intenciones. Reformar es sumar, no es subestimar. Reformar es apostar por una política que en su transformación interna ponga la primera piedra para los verdaderos cambios trascendentales.

Gracias, padre.


*Senadora del Partido Nueva Alianza

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