En la opinión del Profr. José Carlos Robles Barreras.
j.c.robles1@hotmail.com
Se habla mucho de reformas pero no se logran, algunas
aunque se aprueben; parte del problema es que no hay acuerdo en qué
hacer para mejorar las condiciones de vida de la mayoría; no se coincide en los
cambios, mucho menos en cómo promoverlos. Y no se avanza ni en la discusión,
porque el debate no está en lo que es mejor para la mayoría, sino en el
beneficio de los pocos, que siempre se
lo disputan y apropian.
Otros deciden, nosotros no,
ésa es la razón del estancamiento que vivimos. El tiempo pasa y las
posibilidades de corregir el rumbo se reducen. Mientras nos seguimos hundiendo,
los alejados de la participación no dejamos de quejarnos.
El dilema ya no sigue siendo: revolución o
reforma. La revolución está
postergada, es la última de las opciones; sin embargo es la siempre anhelada,
la que inspira suspiros de nostalgia y los sueños triunfantes de un cambio
radical en el orden establecido.
Las reformas son un
medio, no un fin. Se trata de
adoptar las medidas necesarias y
urgentes para cambiar lo que no
funciona ni debe continuar. Es una vía tal vez lenta pero
probablemente más segura. Se pueden prever y medir sus
consecuencias.
La prudencia recomienda buscar el cambio
encaminado por las instituciones. Renovar, actualizar y mejorar ese orden,
confiando en superar los males sin arriesgarse a un movimiento que
termine empeorando la situación.
Hacer realidad el cambio
institucional requiere incluir los
problemas en las agendas, mas no con el simplismo de reducir a recetas de cocina fácil los complejos procesos humanos;
también evaluar en los
propios operadores e implementadores de las reformas, cuánto saben realmente
sobre las tareas que se les encomiendan.
Se
han llevado a cabo en otras épocas históricas, desde leyes de reforma hasta guerra
de reforma; diversas y no pocas: Morales, estatutarias, partidistas,
políticas, penales, legislativas, agrarias, tributarias, migratorias,
financieras, energéticas, laborales, educativas, pedagógicas, electorales,
religiosas, judiciales, etc.
Terminan
convertidas en letra muerta,
sirviendo para conmemorarlas y ponerlas en los nombres de avenidas, calles, edificios, periódicos,
poblaciones y municipios.
Quizá
porque no contemplaron los cambios estructurales que se necesitaban, o porque
hubo contrarreforma o porque las resistencias de adentro o las de
afuera, o porque los reformadores les encargaron su aplicación a políticos
oportunistas, planificadores y administradores burócratas que por
incapacidad o negligencia las torcieron. Al final, cambios
para seguir igual. O peor.
No solo las reformas han quedado ahí; también las grandes luchas en contra de la esclavitud y la explotación;
en las que se alzaron las banderas, los puños y las armas por erradicar la
desigualdad social, los mínimos salarios y
las peores prestaciones.
Y este lamentable resultado no es atribuible a la casualidad, ni
a la genética, ni a los milagros; sobran
quienes desde muy alto intentan convencer de ello. Ni a la magia ni a los extraterrestres.
Son muy distintas la percepciones y visiones que
se tienen sobre la realidad social; desde cada perspectiva por supuesto, según
el cristal con que se observa. Fino o rudimentario, empañado o nítido. Unos ven
desarrollo y modernidad; los demás
atraso, abuso y burla ... Pero lo que se ve no se pregunta.. aunque se
quiera negar.
Actualmente la
distribución del ingreso es el más injusto. Los ricos son más ricos y los
pobres cada vez más. Millones viven en pobreza padeciendo
hambre permanente y miles mueren por desnutrición. Las mayorías carecen
de oportunidades para su desarrollo y todos vivimos en la desigualdad. Muy
grave asimetría que el propio sistema
favorece.
Por un lado, en la mitad más chica, porque no dejan que se les
igualen los del término medio o clase media;
están los incluidos en la organización social, económica y
política que pueden gozar de los beneficios que da el dominio de competencias,
conocimientos, saberes y sobre todo propiedades... muchas más que la moringa.
En el otro que abarca la mitad mucho más grande; los excluidos, sin un lugar estable en
el sector productivo ni en el empleo, ni presencia en el sistema político y
social; lo que significa autoestima baja,
fracaso personal y profesional, también familiar.
Las nuevas desigualdades traen
como consecuencia crisis de valores;
rompimiento de las redes de solidaridad como la familia; la formación del ser humano es lo menos que les importa a los políticos. Hambre, ignorancia,
pobreza, desigualdad, delincuencia; demonios que generalmente andan
juntos. Lo que no significa que se
generen entre sí, aunque se retroalimenten.
En algún otro lado, en el área
de intocables. Prácticamente buscando su lado donde convenga; porque lo mismo
dirigen lo político, en la letrina
de corrupción donde escurre podredumbre; que el club de prestanombres donde comparten la propiedad ilegal de las
fuentes de riqueza. Aquí encontramos a los gobernantes y fauna de
acompañamiento, que ampliamente gozan de desprestigio entre los ciudadanos.
Últimamente se han sentido incómodos; atrapados por los que están
gobernando de facto. Queriendo restablecer el control, tratan de
limitarlos y restringirlos. También para eso sirven algunas reformas. Lo interesante es el tono con el que ahora se repite que la ley no
se negocia, algo que siempre se ha negociado. Ese tono y otras actitudes que se
manifiestan pueden alentar la esperanza social.
La sociedad sí existe; avanza, con causas específicas y agendas
transversales; presenta formas de
activismo combinando movilizaciones, protestas, negociaciones y propuestas. Y sí quiere reformas. Generar cambios drásticos frente a este escenario indigno, indignante y degradante, ahora aderezado con
sangrienta barbarie por los chefs del
crimen.
Asumiendo nuevas
posturas exige respeto, pidiendo que el Estado
asuma un nuevo papel. Acercarse a los más pobres,
abrazarlos y pedirles perdón. Reclama espacios de deliberación
pública y para el ejercicio de la crítica, la libertad de expresión y el llamar a
cuentas a servidores públicos por los excesos y la corrupción.
Clama Educación Pública DE
CALIDAD gratuita o al menos barata para ingresar con equidad el
desarrollo. Para construir horizontes cada vez más amplios de liberación y abrir la
puerta al disfrute de los bienes sociales que le ayuden a alcanzar una vida
digna.
La reforma
educativa llevando ese
propósito, es prioritaria. No es fácil. Por sí misma no podría garantizar el logro de
la equidad. Además las resistencias no
son las que se ven; sino las que se ocultan en oficinas, donde se mama u ordeña clandestinamente el presupuesto; y en otros rincones muy
visibles, tan antiguos como opulentos.
Siendo la corrupción y la impunidad que prevalecen, el obstáculo mayor y el verdadero lastre que impide el avance al
país, qué tal si incluimos en la currícula escolar obligatoria una nueva materia: Estudios
sobre la corrupción y la impunidad; desde el preescolar hasta la universidad. Para no seguirnos haciendo tarugos. Como dijo
con tanta profundidad conceptual la más grande filósofa popular: La chimoltrufia. Digo, ESTAMOS REFORMANDO.....
CONTINÚA en otra parte. ...con
una reforma no contemplada oficialmente. Gracias.
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