martes, 11 de septiembre de 2012

Opinión de Mónica Arriola: Decencia política




“La fuerza que no va guiada por la prudencia, por su propio peso”.
Quinto Horacio Flaco


Decoro, honor, honorabilidad, respetabilidad y dignidad. Sinónimos que deberían sembrarse desde la formación política, sinónimos que deberían de traducir sus significados en públicas. Por eso, la decencia política tendría que ser el primer paso para la renovación de ideas y conductas. Creer que la política depende exclusivamente de la intuición o reacción es dejar a la deriva la planeación y la obligación que exigen los procesos democráticos.

La decencia política hace que las reformas pendientes se discutan y se aprueben por congruencia y no por inercia de intereses particulares. La decencia política forja liderazgos y no permite que de la irreverencia surjan actitudes que solo propician la decadencia política. La decencia política castiga a quienes creen que la representación pública se consolida a base del chantaje e improvisación. La decencia política exhibe a quienes confunden la derrota con el rencor y el triunfo con el revanchismo.

La prudencia y la decencia hacen que la democracia construya mecanismos que realmente les den sentido de pertenencia a los ciudadanos respecto a la realidad en la que viven. Una clase política prudente y decente solo puede forjarse si el órgano legislativo asume, colectivamente, la responsabilidad que le corresponde en la creación de políticas , un órgano legislativo entendido como una institución colectiva y deliberativa que funcione como un control cooperativo con el Poder Ejecutivo.

La política y el no pueden dejar de democratizar procesos e instituciones, no pueden acostumbrarse a los efectos de sus vicios sin reconocer el origen que los causa. Olvidamos crecer como nación porque ignoramos en los hechos que no existe régimen democrático sin Estado y no existe democracia plena que no se funde en actitudes políticas que inscriban y garanticen derechos, que los defiendan con sus instituciones y que aseguren su protección mediante sus intervenciones.

Dejarnos invadir por la indecencia política es entregarle al grito y chantaje la llave de la autoridad, es asumir que somos cómplices de un Estado débil que se expresa en una ciudadanía cuya voluntad tiene poca capacidad de transformarse en acción.

La decencia política contribuye a establecer criterios y acuerdos mínimos como puntos de para cumplir las funciones que la nos ha delegado, para fortalecer la legitimidad de origen y evitar el déficit social que coarta el desarrollo regional y nacional.

Un Estado decente trabaja para crear trabajos decentes; es decir, productivos que proporcionen un salario digno, y protección social. Un Estado con políticos decentes entiende el orden de causalidad de la desigualdad, reconoce la honestidad y castiga al que corrompe. La decencia hace la diferencia entre la intención y la decisión, hace la diferencia entre la traición y la convicción, hace la diferencia entre la impunidad y la responsabilidad. La decencia política dignifica la palabra, la defiende en la propuesta electoral, y la reafirma a diario hasta cumplirla.

Un Estado que condiciona la congruencia según la circunstancia está destinado a validar la violencia solo para disfrazar la emergencia. Un Estado que ignora la prudencia y aparenta la decencia está destinado a utilizar la fuerza para después dejarse caer por su propio peso…

Gracias, padre.

*Senadora del Partido Nueva Alianza
arriolamonica@hotmail.com

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