Opinión de Mónica Arriola*
No lo hagas si no conviene.
No lo digas si no es verdad.
No lo digas si no es verdad.
Marco Aurelio
En estos días, nuestro país debe recordar que antes del triunfo o la derrota electoral debe de estar la vocación política para acordar a favor de la ciudadanía. Acordar no significa resignarse a las ideas contrarias, significa valorar ideas diferentes anteponiendo el interés colectivo. Acordar para recordar que el chantaje está prohibido en un país que se acostumbra a convivir con el dolor y la . Acordar como método de solución y no como ejercicio de amenaza o de , porque la democracia no recae en el voto sino en el derecho a la libertad.
La política necesita prudencia para renovar la legalidad y reforzar la legitimidad, la cual transmite apoyo social mayoritario, refleja estabilidad y vigencia en los derechos cívicos y políticos. Prudencia que simbolice congruencia, prudencia que cree conciencia en la autoridad sobre su obligación representativa y sea capaz de demostrar personalidad democrática. La prudencia política limita la improvisación, acota la simulación y sobre todo hace que se reconozca a la realidad como única referencia para elaborar un diagnóstico justo y razonable.
Confiar en la prudencia política es ampliar los alcances de la democracia para situarla como base de una cultura de pluralismo y la aceptación del otro. Tal y como lo decía Octavio Paz “a la democracia no hay que echarle alas, hay que echarle raíces”. Por eso, la prudencia hace que seamos capaces de diferenciar para aceptar que nuestra democracia debe consolidarse antes que presumirse como la panacea a nuestros problemas. La prudencia hace que seamos conscientes de reconocer que si planteamos objetivos por encima de lo posible careceremos de la capacidad para cumplir con esas promesas o sostenerlas en el tiempo, lo que producirá una crisis de legitimidad y credibilidad.
Abusar de la palabra democracia es desgastarla; que sea escuchada por millones pero sentida por pocos. Abusar es desincentivar, es asumir actitudes imprudentes como explicación de los retrocesos e incumplimientos de la política. La ausencia de la prudencia política hace que la transición conviva con la amenaza de la regresión, hace que se prefiera la anormalidad como costumbre, la excepción como regla, la suposición como verdad y la indefinición como distinción política.
La imprudencia sesga la voluntad y la capacidad para darnos cuenta que la debilidad de lo público restringe el ámbito del debate, hace que determinados temas se marginen de la agenda nacional, y que la vocación política tenga poca capacidad para transformarse en acción, razones por las cuales se visualiza un Estado aparentemente estable pero profundamente débil en sus raíces como democracia.
La imprudencia política altera los consensos, revienta los acuerdos a la primera oportunidad, deja que la provocación sustituya al argumento, hace que valga más la estridencia que la propia inteligencia. La imprudencia política hace que el reclamo ciudadano no genere eco en las decisiones, hace que subestime el sentir ciudadano. La imprudencia política lastima el orden institucional, hace que la política grite cuando hay que guardar silencio, hace que la política ría cuando hay que ofrecer disculpas. La imprudencia política asume sus derechos como privilegios y esconde las obligaciones con carácter de opcionales.
La prudencia es moderación y sensatez para evitar inconvenientes, dificultades o daños. Es una cualidad que enseña a discernir, que enseña a construir una legitimidad de origen. La prudencia es ejemplo de educación, de formación e inclusión.
La falta de prudencia hace que la actitud política sea soberbia, para que al final sea la incongruencia política la que haga lo que no conviene, y diga lo que no es verdad.
Gracias, padre.
*Diputada del Partido Nueva Alianza
arriolamonica@hotmail.com
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